Rescato unas fotos del verano en las que queda patente que, allá donde son respetados, los animales se muestran mucho más cercanos ante la presencia del ser humano, permitiéndonos el lujo de observar con detalle no sólo sus rasgos físicos, cosa que también podríamos hacer en un zoológico, sino también sus patrones de comportamiento habituales en estado salvaje.
Fue poner el pie por primera vez en el Parque Nacional de Monfragüe y se abrió la caja de las sorpresas. En mitad de una explanada de tierra que hacía las veces de aparcamiento provisional en sustitución del que se estaba en obras, nos vigilaban un par de chorlitejos chicos (Charadrius dubius). Desde luego que no esperaba encontrarlos allí, entre turismos y maquinaria pesada, y se me dispararon las expectativas ante la sensación de que sería sólo el aperitivo de una jornada muy divertida.
Una de las primeras paradas fue la del famoso Salto del Gitano, del que tantas fotografías había visto con anterioridad. No sé por qué tenía la idea de que se trataba de un lugar tranquilo y apartado, al que había que llegar a pie. Nada más lejos de la realidad: las imágenes no me habían mostrado la carretera que se oculta inmediatamente detrás del fotógrafo, ni las decenas de turistas, llegados de todas partes del mundo, que allí se acumulan. Sin embargo, todo ello no evitó que quedásemos maravillados con el lugar, de paisajes de por sí espectaculares, pero donde los buitres leonados (Gyps fulvus), más que acostumbrados a los observadores, son los verdaderos protagonistas, invadiendo por momentos todo el espacio aéreo sobre nuestras cabezas.
Sobre estos grandullones se centraban la práctica totalidad de las miradas de los visitantes, pero no son los únicos que habitan allí. Impresionado me quedé en varias ocasiones, cuando los aviones roqueros (Ptyonoprogne rupestris) pasaron rozando nuestras cabezas en mitad de sus acrobáticos vuelos de persecución de insectos. Incluso se posaban a descansar en lugares inusualmente próximos a la gente.
Aunque, para cercanía, la de los ciervos (Cervus elaphus). Desde la misma carretera, sólo las crías se mostraban algo recelosas ante nuestra presencia. Inquietas, parecían no entender la actitud pasiva de sus madres, que, acostumbradas a no ser molestadas, seguían a lo suyo sin inmutarse.
Y no es una exageración cuando digo que no se inmutaban.
Vamos, parecido a lo que ocurre en otros lugares, donde un ciervo te detecta a cien metros de distancia y sale huyendo despavorido. Por suerte para los que habitan en Monfragüe, allí nadie les dispara ni a nadie le molesta lo que comen o por donde se mueven. Ellos son los dueños de la dehesa.
Los milanos negros (Milvus migrans) eran muy abundantes, y con frecuencia los veíamos sobrevolando las carreteras a baja altura. Para ellos es una fuente de alimento como otra cualquiera y no dudan en aprovecharla.
A pesar de la confianza y cercanía, todas las especies de animales mantenían un comportamiento natural. Todas menos una, pues la excepción la ponían algunos zorros (Vulpes vulpes) que se dedicaban a esperar a la gente en merenderos y miradores, con cara de "dame algo".
Flaco favor les hace quien les da comida (haciendo caso omiso de las normas del parque). Una cosa es poder gozar de la confianza de los animales, que nos obsequian con su cercanía a cambio de nuestro respeto, y otra cosa muy diferente es interferir en sus costumbres y hacerlos dependientes de las personas.
No todo podían ser distancias cortas. Algunas de las especies más escasas y emblemáticas hubo que disfrutarlas desde la lejanía. Fue el caso de una imponente águila imperial ibérica (Aquila adalberti), que cruzó el cielo durante unos segundos.
O del único ejemplar de buitre negro (Aegypius monachus), de plumaje un tanto maltrecho, que tuvimos la ocasión observar. Mis dudas acerca de si sería capaz de distinguirlo fácilmente de su pariente el buitre leonado quedaron despejadas al instante, pues a una distancia razonable no hay lugar para la confusión.
Aunque relativamente escasos, mucho más fácil fue el avistamiento de varios alimoches (Neophron percnopterus) a lo largo y ancho del parque.
Y también se dejaron ver varias cigüeñas negras (Ciconia nigra), otra especie totémica de la zona. Eso sí, éstas no entienden de confianza con el ser humano y siempre mantienen una considerable distancia de seguridad.
Tampoco excesivamente confiados se mostraban los roqueros solitarios (Monticola solitarius), por lo que no pude tomar apenas fotografías de ellos, a pesar de haber visto unos cuantos.
Pero estábamos en Monfragüe y enseguida llegó el contrapunto a los avistamientos a través del telescopio y los prismáticos. Un sonido metálico a nuestras espaldas nos llamó la atención cuando nos encontrábamos rastreando los roquedos del otro lado del Tiétar. Subido al guardarraíl cantaba, más chulo que un ocho, este macho de perdiz roja (Alectoris rufa).
Pongo el punto final con una especie que, además de ser muy bonita, me impresionó por su inteligencia. Hablo del rabilargo (Cyanopica cyanus), abundante, oportunista y escurridizo. Si estás comiendo un bocadillo, empezarán a rondarte, pero no bajarán a por las migajas hasta que les hayas dado la espalda y te hayas alejado unos metros. Éstos sí que saben que no somos de fiar.
Fotarracas JuanDa!
ResponderEliminarEse raposo como mola!
Apertas,
Damián
Muchas gracias, Damián! Un abrazo!
EliminarPor si fuera interesante o de utilidad para ti, para tus compañeros de ruta o para los lectores de tu web, tengo publicado el siguiente blog:
ResponderEliminarplantararboles.blogspot.com.es
Se trata de un manual sencillo para que los amantes del monte y del campo podamos reforestar, casi sobre la marcha, sembrando semillas producidas por los árboles y arbustos autóctonos de nuestra propia región.
Salud,
José Luis Sáez Sáez