Poco a poco, el campus universitario de Elviña va cobrando actividad a primera hora del día. Antes de que lleguen los estudiantes, profesores y trabajadores varios, un puñado de pitos reales (Picus viridis) ya se encuentran inspeccionando los jardines que rodean las facultades, aprovechando los últimos momentos de tranquilidad para apresar insectos con su larguísima lengua.
Nada confiados, en cuanto detectan la primera silueta humana a una cierta distancia, salen volando hacia algún lugar más apartado, a menudo adornando la huída con su sonoro e inconfundible relincho. Con todo, suelen pasar desapercibidos para la gran mayoría de los que acuden al lugar, que, inmersos en sus preocupaciones diarias y poseídos por el autómata mañanero que muchos llevamos en nuestro interior, ni se imaginan que pasan con frecuencia junto a un colorido pájaro carpintero.
Pero, antes de la invasión universitaria, Elviña ha sido y es una pequeña población de carácter rural, con sus viviendas unifamiliares y sus pequeñas huertas de explotación tradicional. Y los días no lectivos recupera esa tranquilidad que, un tiempo atrás, sería la tónica general. Es en ese contexto cuando las aves se deciden a ocupar los espacios que las personas han abandonado temporalmente. Es el caso de los lúganos (Carduelis spinus) que durante todo el invierno acostumbran a moverse por las copas de los árboles.
Buscando incansablemente las semillas de las que se alimentan, se les puede ver adoptando todas las posturas posibles entre las ramas más delgadas.
Si no se sienten amenazados, pueden mostrarse muy confiados y, de pronto, uno se puede llegar a ver en el medio de un numeroso bando de lúganos que han abandonado su habitual refugio en los árboles para dar buena cuenta de las semillas que han caído al suelo.
A menudo, las bandadas de lúganos se mezclan con sus parientes los jilgueros (Carduelis carduelis), aunque este prefería hacer la guerra por su cuenta.
Siguiendo con la familia de los fringílidos, otros fáciles de ver en la zona son los verdecillos (Serinus serinus), que también suelen emplear la mayor parte de su tiempo en alimentarse.
Aunque en esta época, y más aún cuando luce el sol, también se dedican a cantar a pleno pulmón.
Tampoco podía fallar el verderón común (Carduelis chloris), presente en cualquier zona verde de la ciudad.
Y para terminar con esta familia (a los que habría que sumar, al menos, al camachuelo común, que no pude fotografiar), unas instantáneas de los pinzones vulgares (Fringilla coelebs) que también se dejan ver en el lugar. Macho y hembra, respectivamente.
Este lugar sin duda es de los mejores de todo el municipio para observar páridos. Las aves pertenecientes a esta familia puede que sean de las que menos abandonan su lugar típico entre la maraña de ramas. Allí arriba, al igual que a los lúganos, al carbonero garrapinos (Parus ater) también le van las posturas complicadas.
Sólo en una ocasión he podido ver una pareja de herrerillos capuchinos (Lophophanes cristatus). Por contra, los carboneros comunes (Parus major) y los herrerillos comunes (Cyanistes caeruleus) es raro que falten a la cita.
Tuve la gran suerte de que este herrerillo coincidiese en el mismo árbol por unos instantes con un reyezuelo listado (Regulus ignicapilla) y poder fotografiarlos a los dos juntos. En mi opinión, dos de los pajaritos más bonitos que podemos ver.
Haría muy mal en dejar de lado a algunas especies, que son mucho más fáciles de ver en casi cualquier otro punto de la ciudad, pero no por ello son menos bonitas e interesantes. Un buen ejemplo es el del mirlo común (Turdus merula), al que siempre se puede ver desplazándose a saltos por cualquier rincón verde.
Hay una considerable población de zorzales comunes (Turdus philomelos), y en esta época nos deleitan con verdaderos conciertos desde los árboles. Casi siempre se puede escuchar a alguno de ellos, y nunca dejará de impresionarme el elaborado y variado repertorio del que hacen gala.
Otras habituales del suelo o los árboles son las urracas (Pica pica), siempre atentas y oportunistas para aprovechar cualquier recurso que ofrezca el entorno. Y qué bonitas son cuando se las observa con detenimiento.
Los colirrojos tizones (Phoenicurus ochruros), tan confiados en zonas más urbanizadas, aquí son algo más escurridizos. Al contrario que la mayoría de las demás especies, parece que prefieren moverse más por el cemento que por las zonas verdes, y se les suele ver posados, con sus característicos e inquietos movimientos, en lo alto de los edificios del campus. Sin embargo, a este macho lo pude retratar cuando se acercó un poco y se posó en una rama.
Nunca faltan los omnipresentes petirrojos (Erithacus rubecula), que allá donse se encuentren, añaden una nota adicional de alegría al universo sonoro que envuelve sus territorios.
Dejando unos metros atrás el campus y sus cuidados jardines, enseguida encontramos amplias zonas de matorral frondoso. Lo que erróneamente se suele denominar "maleza", y que no es más que otro importante ecosistema en el que se desenvuelve con soltura la curruca capirotada (Sylvia atricapilla), muy fácil de escuchar, relativamente fácil de avistar fugazmente, y realmente complicada de observar durante cinco segundos seguidos.
Menos abundante es su pariente la curruca cabecinegra (Sylvia melanocephala), aunque esta se decidió a recorrer un árbol en flor y formar parte por unos breves instantes de una estampa preciosa. Lástima que no estuviese más cerca.
Ganando altura en dirección al castro de Elviña, se puede ver una perspectiva poco habitual del casco urbano. En esta fotografía quise captar tres elementos muy diferentes y de distintas épocas de la historia de la ciudad. En primer término, los restos del castro celta dentro de un entorno rural en el que el verde es el color predominante. Al fondo, en el límite entre la tierra y el mar, se alza, majestuosa, la torre de Hércules. Y en mitad de todo, el caos de asfalto y ladrillo, con algunas aberraciones que inevitablemente forman parte de la identidad visual de la ciudad, o lo que en estos tiempos modernos se viene llamando skyline.
En los alrededores del castro, el paisaje vuelve a cambiar y en las comunidades vegetales a menudo se imponen los tojos, que son el terreno ideal de la tarabilla común (Saxicola torquatus).
Y muchos más: gorriones, acentores, ánades reales, ratoneros, gavilanes, garzas reales, mosquiteros, chochines, cornejas, palomas torcaces, escribanos soteños... Todos ellos hacen de Elviña uno de los lugares con mayor biodiversidad de Coruña. Situación que, como buena muestra de la desconexión que la sociedad actual tiene con la naturaleza, pasa desapercibida para la mayoría de los cientos de personas que visitan el lugar a diario.
Mientras tanto, otros, aunque muy vinculados a los asentamientos humanos, siguen manteniendo su lado más salvaje...