En mitad de otro relajante paseo por el entorno del río Sisalde, me invade el recuerdo del encuentro que tuve con la nutria días atrás cuando pasé por un lugar muy cercano al que me encuentro. Lo primero que me viene a la cabeza es aproximarme de nuevo con la esperanza de volver a verla, aunque enseguida me quito las ilusiones. Se trata de animales que se mueven a lo largo de territorios amplios y sería mucha casualidad poder disfrutar de otro avistamiento tan cercano. No obstante, decido hacer una incursión hasta el lugar en cuestión, con máximo sigilo pero pocas expectativas. Simplemente por echar un vistazo, a ver si suena la flauta... ¡y vaya si suena!
Nada más dirigir la mirada hacia el pequeño cauce, la veo pasar con un pez en sus fauces. Mientras echo mano de la cámara, sale a la orilla opuesta y se dispone a dar buena cuenta de su captura, con tal suerte que quedo a sus espaldas y no se percata de mi cercana presencia. Durante unos breves minutos, trato de convertirme en una estatua mientras soy un espectador privilegiado del comportamiento de este habilidoso animal salvaje.
Hasta que en un momento dado, entre bocado y bocado, la despreocupada nutria echa un vistazo a su alrededor y me descubre. Seguro que no esperaba mi visita, pero la verdad es que tampoco parece haberse llevado el susto de su vida. Decide ignorarme y seguir a lo suyo, aunque sólo por unos segundos, antes de perderse de mi vista entre la espesura del matorral.
En su refugio verde encontrará la intimidad para terminarse la buena pieza que ha pescado. Inmediatamente, yo también opto por irme a otro sitio. No es cuestión de molestar. Y no se puede tener más suerte por hoy :-)
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