La tranquilidad era la nota predomintante de una mañana fresca y soleada en el complejo litoral de Baldaio. No había demasiada actividad humana, pero tampoco la fauna del lugar se mostraba en grandes números. Cerca del canal, me entretengo observando a un puñado de chorlitos grises (Pluvialis squaratola) que destacan por su actividad en mitad de la calma.
Ya en la orilla del mar, un solitario correlimos tridáctilo (Calidris alba) corretea de esa forma tan característica cuando se le acerca un paseante. Pero al instante se vuelve a contagiar de la paz que reina en el ambiente y continúa con su descanso.
Sobre la laguna hay un charrán patinegro (Sterna sandvicensis) pescando. Sin apartar la vista del agua, cada cierto tiempo ejecuta un repentino picado que en ocasiones sorprende a algún pececillo. El sol ya calienta un poco y decido sentarme al borde del camino a contemplar con detenimiento la escena.
La velocidad de sus movimientos no se lo pone nada fácil a mi cámara bridge. Aún así, me es posible capturar algunas de las poses típicas de esta ave de interminables alas.
Y entonces, sobre la lámina de agua aparece la silueta de una pequeña rapaz que se acerca con velocidad a mi posición. No salgo de mi asombro cuando veo que no rectifica su trayectoria, pasa a un par de metros sobre mi cabeza y se posa en un cartel que tengo a mis espaldas. Precioso momento el que me regaló esta hembra de esmerejón (Falco columbarius) que, a pesar de no quitarme ojo de encima, pareció no considerme un peligro, ni siquiera cuando me moví con la mayor delicadeza que pude para girarme y tomar estas instantáneas.
Considero estos momentos como un premio al sigilo, pues sin duda no existen cuando, en mitad de la naturaleza, llamamos la atención con nuestros colores chillones, nuestros movimientos bruscos y nuestros ruidos.
Efectivamente, el sigilo casi siempre trae recompensa, ¡estupenda foto de la esmerejona!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Habrá que seguir siendo sigilosos :)
EliminarUn saludo