No se me ocurre un lugar mejor que Cecebre para dedicar la última entrada de 2013. Un año en el que la observación de aves, tema que ha ido ganando relevancia hasta ser predominante en el blog, me ha atrapado definitivamente, y en el que Cecebre ha sido testigo de muchos bonitos momentos que me han ayudado a comprender un poco mejor el reloj de la naturaleza.
En las siguientes líneas pretendo resumir algunos de estos momentos que he vivido, a ratos sueltos, durante este pasado otoño. Como siempre considero prioritario disfrutar de cada instante que la naturaleza nos regala, centrándome en disfrutar de todas las agradables sensaciones que se pueden percibir en el medio natural, las fotografias suelen quedar en un segundo plano, como recuerdo personal de estas bonitas vivencias y con la esperanza de que también puedan transmitir algo a las personas con las que las comparto. Dicho de otra manera, las fotos son bastante malas, aunque una muestra fiel de lo que se puede contemplar.
El otoño comenzó con calor y lluvias, y recuerdo los bosques, prados y senderos plagados de setas de todo tipo, en cuya identificación pretendo realizar grandes progresos en tiempos venideros.
A medida que iba bajando el nivel de las aguas del embalse, fueron haciendo acto de presencia la mayoría de las aves que se mueven por las orillas. Las siempre habituales garzas reales (Ardea cinerea) crecieron en número, y en ocasiones se vieron acompañadas por las elegantes garcetas grandes (Egretta alba), mucho menos habituales en la zona.
Llegaron a verse grupos de hasta 9 ejemplares, como el de la siguiente foto tomada desde la lejanía.
Otro visitante poco numeroso es el andarríos grande (Tringa ochropus).
Y lo mismo ocurre con el bisbita alpino (Anthus spinoletta), aunque durante esta época del año se pudieron observar unos cuantos.
Un buen día puedes ser sorprendido por la simpática y precisa coordinación de un bando de diez archibebes claros (Tringa nebularia).
Algo más cerca del invierno llegaron las avefrías (Vanellus vanellus), con sus inconfundibles siluetas. Siempre distantes y con mala luz, me queda la espinita de poder observarlas desde mucho más cerca.
Lo bueno de los lugares como Cecebre es que, mientras observas una cosa, siempre se recibe alguna visita sorpresa, como fue la de esta lavandera cascadeña (Motacilla cinerea).
No hay que olvidarse de alzar la mirada de vez en cuando, pues en el cielo también discurren historias interesantes. Una de las más habituales la protagonizan las cornejas (Corvus corone) acosando a un ratonero (Buteo buteo). Dos enemigos irreconciliables pero condenados a entenderse.
En cualquier época del año, el somormujo lavanco (Podiceps cristatus) puede darte la alegría de aparecer más cerca de lo que es habitual para que puedas deleitarte con su plumaje, llamativo incluso fuera de la época de cría.
Y, en la distancia, multitud de anátidas vienen a pasar el invierno. Este año, entre cercetas y azulones se coló una pareja de tarros blancos (Tadorna tadorna) como invitados de excepción.
¡Feliz 2014!
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