La observación de dos osos diferentes en la misma zona en los dos días anteriores levantó tal expectación que, a la mañana siguiente, muchas personas no pudimos evitar darnos el madrugón correspondiente para intentar volver a ver al plantígrado. La propia carretera del puerto de Somiedo parecía el lugar idóneo. Con un poco de suerte, en esta ocasión lo podría ver más de cerca y con mejor luz. Pero no fue así, y esa sería la tónica para el resto del fin de semana. Así es la naturaleza.
Quedaba todo el día por delante para disfrutar de otra bonita excursión, esta vez desde el pueblo de Valle del Lago hasta la braña de Sousas. Antes de partir, este abejorro se empeñó en degustar una y otra vez la crema solar extendida sobre la piel. Se puso tan pesado que al final hubo que sacarle una foto. Es curioso lo bien que se aprecia el polen que lleva pegado a las patas traseras.
La flora de Somiedo da para escribir una enciclopedia completa. Desde mi inexperiencia en la identificación de este tipo de especies, me llamó la atención la Pinguicula grandiflora, una planta carnívora que no parece tener ningún problema para alimentarse en este lugar, pues todos los ejemplares que ví daban la impresión de estar dándose un atracón de bichos que se quedaban pegados a sus hojas.
De camino a la braña de Sousas, de vez en cuando resuena el característico canto de los escribanos cerillos (Emberiza citrinella). De no ser por eso, serían mucho más complicados de ver.
A lo largo del camino se suceden los parajes de belleza espectacular, como este frondoso y extenso hayedo. Desde luego, si yo fuera oso, o cualquier otro animal salvaje, este sería un buen sitio para vivir.
Frente al bosque, las paredes rocosas de la peña furada conforman un paisaje muy diferente.
Sus cortados albergan una buena colonia de avión roquero (Ptyonoprogne rupestris). Y en esto que entra en escena, imponente, un subadulto de águila real (Aquila chrysaetos), surcando el cielo con elegancia.
A mediodía, el calor aprieta en la braña de Sousas y los animales descansan protegiéndose de las altas temperaturas. No se percibe mucho movimiento. Tan sólo un rebeco "despistado" se deja ver en la lejanía.
Menos mal que en Somiedo hay sitio para todo y siempre se puede encontrar algún lugar fresquito.
El camino de vuelta lo amenizan varias rapaces que planean a bastante altura. En primer lugar, por fin aparece el alimoche (Neophron percnopterus), una especie que tenía grandes esperanzas de ver.
Un peculiar silbido delata la presencia de una pareja de ejemplares de buen tamaño de águila culebrera (Circaetus gallicus). Lástima que no volasen más bajo, pues es una especie que me parece preciosa.
Al caer la tarde, los buitres leonados (Gyps fulvus) se van retirando a descansar en sus cortados favoritos.
Y el día termina con una nueva espera, infructuosa en cuanto a la observación de fauna, pero con una de esas conjunciones de sonidos e imágenes que difícilmente se olvidan.
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