Con ese nombre, podríamos estar hablando de algún lugar de África, pero lo cierto es que este bonito paraje se encuentra en el límite del concejo de Oviedo, pudiendo acceder incluso en el autobús urbano. Combinándolo con la ovetense ruta del oso (que no la cercana senda del oso que transcurre por Santo Adriano, Proaza, Quirós y Teverga), se puede hacer un trayecto circular. Es, por tanto, una ruta accesible, cómoda, corta (se hace de sobra en una mañana o tarde) y muy bonita. Teniendo en cuenta todo ello, me pareció que aún no es tan conocida y transitada como otras.
Al contrario de lo que hacía la gran mayoría de la gente que me encontré en el camino, yo recomendaré empezar remontando el curso del río, pues aunque la pendiente es importante en algunos puntos, resulta más fácil de subir que de bajar y, con un ritmo tranquilo y disfrutando con calma de cada catarata que nos vayamos encontrando, la subida se hace muy llevadera y se pasa muy rápido.
Cómo llegar: Tomamos la carretera AS-228 que va desde Trubia hacia el puerto de Ventana pasando por Proaza, Teverga, etc., y en San Andrés, salimos a mano derecha por la carretera que va a Castañedo del Monte. Hasta aquí también nos puede traer el autobús urbano (Línea 4Línea L). Al inicio de esta carretera local, encontraremos una fuente y un lavadero, pudiendo aparcar justo enfrente o algo más adelante en la misma carretera. Ya dejando atrás las últimas casas de la población, encontraremos una curva cerrada a la derecha y, unos metros más adelante, otra curva cerrada a la izquierda. Justo en esta curva, a mano derecha en el sentido de la subida, sale un sendero que marca el inicio de la ruta y pronto se une al arroyo de Buanga. No tiene pérdida.
Enseguida iremos descubriendo las sucesivas cascadas, cada una distinta de la anterior en forma y altura.
Aparte del desnivel, que tampoco es exagerado, el principal problema que podemos encontrar en función de la época del año y de lo que haya llovido, es alguna zona algo embarrada, por lo que no está de más ir bien preparado. Eso sí, cuanto más barro, más caudaloso y bonito bajará el río.
Es el lugar perfecto para las lavanderas cascadeñas (Motacilla flava). Este ejemplar adulto se afanaba en recolectar el alimento para llevar al nido, que seguro estaba en las proximidades.
Sin duda, en sitios así encuentran el cobijo necesario para estar a salvo de los depredadores. Además, se mimetizan completamente con el entorno.
Seguimos ganando metros y disfruntando de las caídas de agua (siete en total), siempre rodeados de los típicos árboles ribereños.
La última cascada es de las más espectaculares y, si el tiempo lo permite, se presta mucho a utilizarla como ducha natural.
Desde aquí es sencillo enlazar con la ruta del oso, bien señalizada, tomándola en el sentido que va hacia la derecha según hemos subido. No queda más que seguir el suave descenso que nos conducirá, entre árboles y praderías, de nuevo a las proximidades del lavadero de San Andrés de Trubia.
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