Entrar en una oficina al poco de amanecer y salir cuando ya es de noche provoca que la semana laboral se haga un poco larga para un amante de la naturaleza. Más aún si hace un día espléndido y las previsiones meteorológicas para el fin de semana son más que pesimistas. Pero, a grandes males, grandes remedios. Así que nada mejor que improvisar, bocata en mano, una escapada fugaz al campo para dejar a un lado el estrés de la oficina.
Por el camino veo algunos de los primeros aviones y golondrinas que han llegado, anunciando que la primavera ya está aquí. Otros recién llegados, los mosquiteros musicales (Phylloscopus ibericus), alegran cada lugar por el que pasan con su canto. Y muy numerosos son ya los milanos negros (Milvus migrans) con su inconfundible silueta, que aparece por cualquier rincón del espacio aéreo del entorno de Cecebre.
Por contra, muchas anátidas se van marchando, y la superficie del pantano parece una lámina infinitamente lisa en la que sólo sobresalen algunos cormoranes grandes (Phalacrocorax carbo) y somormujos lavancos (Podiceps cristatus). Éstos, con su llamativo plumaje estival, ya están con sus complejas danzas de cortejo, aún algo tímidas. Así los dejé, y por allí sumergidas también dejé las preocupaciones laborales, al menos por un rato.
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