De viaje por tierras lucenses tuvimos un encuentro inesperado con una pequeña culebra que daba la impresión de tener sólo unos pocos días de vida. Mi experiencia identificando reptiles es nula, pero tiene toda la pinta de tratarse de un ejemplar de culebra de collar (Natrix natrix).
Ya independiente desde su nacimiento, si tiene suerte crecerá hasta sobrepasar el metro de longitud. Aunque por el momento, su tamaño y sus escasos métodos de defensa la hacen muy vulnerable a multitud de peligros. La ayudamos a sobrevivir al primero de ellos devolviéndola a una zona verde, ya que se encontraba sobre el asfalto de un aparcamiento.
No creo que el arrendajo (Garrulus glandarius) considere incorporarla a su dieta, pero lo cierto es que este no nos quitaba ojo.
Casi con la noche echándose encima pasamos por Cospeito, lugar que no conocíamos y que se mostró como un paraje precioso para pasar un día completo disfrutando de la naturaleza y observando aves. Será para otra ocasión.
Todos los años intento hacer al menos una escapada para disfrutar de la berrea de los venados (Cervus elaphus), a mi parecer, una de las escenas más espectaculares que se pueden contemplar en nuestra fauna local. Esta vez, el lugar elegido fue el parque natural de Somiedo, hace ya algo más de un mes.
Las primeras lluvias del otoño son siempre una buena noticia, pues marcan el inicio de una sucesión de días en los que se rompen las pautas de comportamiento habituales en los venados, según las cuales los machos y las hembras se mantienen en grupos separados a lo largo del año.
Esta lluvia, unida al hecho de que la berrea tienen lugar en las horas del día menos luminosas, no ayuda a obtener unas fotografías precisamente espectaculares. Pero la experiencia en directo merece mucho la pena, pues se desarrolla en lugares ya de por sí de espectacular belleza y aislados del ajetreo diario al que muchos estamos acostumbrados.
En la caminata hacia el lugar elegido, un acentor común (Prunella modularis) reclamó su parte de protagonismo.
A medida que caía la tarde, y procedentes de los frondosos bosques que visten parte de las laderas de las montañas somedanas, se iban escuchando los bramidos cada vez más intensos y frecuentes. Sin embargo, en los primeros rastreos sólo fuimos capaces de avistar algún rebaño aislado de hembras.
Ya instalados en un lugar que nos pareció bueno para la observación, frente a un bosque que prometía albergar una buena población de venados, pudimos ver un vareto acompañado de una hembra (probablemente, su madre) que cruzaron la zona con premura. Nacido el año pasado, a este joven macho aún le corresponde contemplar la berrea a cierta distancia. Por el momento, todavía es aceptado en la vida familiar, pero pronto, quién sabe si en los próximos días, será expulsado y obligado a vagar en solitario o unido a otros machos.
Por allí también pasó un solitario y despistado rebeco (Rupicapra pyrenaica parva). Nos resultó extraño ver un ejemplar así de aislado, pues no había ningún otro por la zona.
Y al fin comenzaron a dejarse ver los primeros machos adultos de venado tras abandonar las masas boscosas en las que se refugian durante el día.
Como surgidos de la nada, empezamos a localizar grupos de ciervos a lo largo de la ladera. Entre ellos llegamos a identificar hasta siete grandes machos, cuyos berridos eran continuos y resonaban por todo el valle de diferente manera en función de su lugar de procedencia. El concierto era espléndido.
Con las hembras a pocos metros, los machos se disputaban su posesión a base de fuertes berridos y comportamientos amenazantes. En los montes asturianos rara vez se entablan combates cuerpo a cuerpo, pues los espacios son amplios y la intimidación suele ser suficiente.
Los ganadores obtendrán el premio en forma de un grupo de hembras,
aunque los derrotados y/o jóvenes siempre buscarán su oportunidad una
vez que el vencedor se retire exhausto tras haber atendido a todo su harén.
Ya en el camino de vuelta, con las últimas luces del día, pudimos observar a un ejemplar que se situó en lo más alto de la montaña y nos brindó una bonita estampa, acompañada de su correspondiente y potente bramido, que puso la guinda a una bonita jornada.
Incluyo también algunos videos en los que, a pesar de su baja calidad, se puede ver el comportamiento habitual de los ciervos durante estos días. Lo más decepcionante es el audio, pues no refleja en absoluto lo que se puede oir en directo. Por ello es recomendable poner el volumen al máximo y, sobre todo, animarse a vivir la experiencia en vivo.
Pocas personas habría visto esta ave en su vida para permitir que nos acercáramos tanto sin la más mínima muestra de nerviosismo. Y pocos págalos habíamos visto Rafa y yo, que mirábamos a aquel ejemplar que se había presentado una mañana de otoño en la desembocadura del río Bolaños, ya en la playa de Rañal, y cuya especie no nos resultaba nada familiar.
Tan sorprendidos por el propio avistamiento como por la tranquilidad y permisividad con nuestra presencia que mostraba aquella ave, pronto nos empezamos a preguntar si tendría algún problema físico, ya que apenas se movía de su posición en mitad del riachuelo. Más aún cuando llegó Xabi y nos confirmó que se trataba de un juvenil de págalo rabero (Stercorarius longicaudus), especie eminentemente pelágica que sólo acostumbra a pisar tierra firme en sus lugares de cría, a miles de kilómetros de nuestra región.
Para nuestra alegría, pronto nos demostró que podía volar sin problemas sobre nuestras cabezas, para inmediatamente después volver a acomodarse en la orilla del río. Lo cierto es que por momentos no parecía que le sobrasen las fuerzas, ni mucho menos.
Probablemente su problema no fuese otro que el cansancio acumulado en el primer gran viaje de su vida, y no es para menos. Nuestro protagonista habría salido del huevo apenas un par de meses y medio atrás. Entre musgo, líquenes y piedras, pasó los primeros días de su vida en plena tundra ártica, donde sus padres lo defendieron de todo peligro y lo alimentaron durante su primer mes a base de lemmings, huevos, peces, insectos... Ese breve periodo de tiempo le bastó para crecer, completar su plumaje y comenzar una vida independiente en alta mar.
Con destino al Atlántico Sur, su largo viaje sobre interminables extensiones de agua marina se vio dificultado por la borrasca de principios de octubre, cuyos fuertes vientos del sur lo dejaron exhausto. Hasta que una tranquila playa de Arteixo llamó su atención para tomarse un descanso. Aquí, agotado y acostumbrado a formar parte de escenas de la tundra y el mar, no veía motivos para tener miedo a unos humanos que se acercaban con cautela.
Permaneció dos días en la playa hasta que no se le vio más por allí. Quiero pensar que decidió proseguir con su viaje hacia alta mar. Decidió volver a ser págalo, volver a adentrarse en el mar para reunirse con sus congéneres y completar su largo periplo, que repetirá muchas veces a lo largo de su vida, dando a su vez lugar a sucesivas nuevas generaciones de polluelos que también tendrán que armarse de valor y fuerza para iniciar su camino. Quién sabe si en su recuerdo quedará este recodo de costa gallega, con aquellas personas que lo observaban con cara de sorpresa. ¡Buena suerte!
El otoño se estrenó con un caluroso y muy agradable día para recorrer Baldaio a primera hora de la mañana, antes de la llegada masiva de gente. El conjunto de playa y marismas forman un buen lugar para dar acogida a muchas especies migratorias. Los primeros en llamar mi atención fueron unos pocos ejemplares de zarapito real (Numenius arquata) que se refugiaban en la vegetación. Estaban a bastante distancia y se camuflan muy bien, pero su considerable tamaño y larguísimo pico no pasaron desapercibidos en esta ocasión.
Las agujas colipintas (Limosa lapponica) son visitantes habituales del lugar, y de las que se dejan observar a menor distancia.
Una vez concluido el verano y el periodo de cría, vuelan al sur en busca de lugares menos hostiles donde pasar el invierno. A estas alturas, la muda del plumaje está muy avanzada y ya no queda ni rastro de los vivos colores anaranjados que lucían en el viaje de ida.
Examinan minuciosamente cada palmo de arena, hundiendo sus largos picos para alcanzar el alimento. Por desgracia, muchas playas están llenas de desperdicios humanos (como el trozo de red que se ve en la foto) que suponen un riesgo añadido para toda la fauna.
La guinda de la jornada la pusieron un grupo de alcatraces atlánticos (Morus bassanus) que se dejaron ver a unas decenas de metros de la orilla. No es que sea poco habitual el paso de alcatraces frente a esta costa, y mucho menos en estas fechas, pero que se pongan a pescar realizando picados (que este fotógrafo no fue capaz de retratar) a tan poca distancia de tierra es un espectáculo impagable.
Los ejemplares jóvenes también demostraban gran destreza en el arte de la pesca.
Unos instantes inolvidables y una muestra más de que no hace falta ir muy lejos para disfrutar de espectáculos naturales tan impresionantes como éste.
Cae la tarde y la afluencia de turistas de este concurrido lugar va disminuyendo. A escasos metros, en una zona de helechos y matorral prácticamente impenetrable para cualquiera que no disponga de alas, se van desperezando otros visitantes estivales de la región: los chotacabras europeos (Caprimulgus europaeus). Y son bastante numerosos aquí.
Con los últimos rayos de luz comienzan a oirse sus característicos reclamos, pero no es hasta que la oscuridad se apodera de toda la zona cuando se desata la actividad desenfrenada de estas curiosas aves. Con agilidad envidiable y desafiando las fuertes rachas de viento, surgen como fantasmas de entre la tenebrosa vegetación para apresar al vuelo insectos de considerable tamaño.
Captar la escena puede suponer un buen desafío para un fotógrafo con experiencia. Pero para un simple aficionado que se suele limitar al modo automático de una cámara compacta, la tarea es casi imposible. Para muestra, un botón:
A pesar de que a veces se posan a descansar, lo normal es obtener la imagen de un borrón con forma de ave en mitad de la oscuridad. No obstante, esto es un reflejo bastante fiel a lo que se vive en directo.
Con un poco de perseverancia y la ayuda de las luces del coche, éste fue el mejor resultado:
Y aunque las fotos no estén a la altura, lo que es imposible de desbaratar son las imágenes que quedan en la memoria, unidas a los sonidos y resto de sensaciones vividas en plena noche de verano. Todas ellas componen una experiencia diferente y difícil de olvidar mientras, a nuestros pies, la ciudad es testigo de otra multitud de historias bien diferentes.
Era mi segunda visita al embalse de San Andrés de los Tacones, aunque casi se podría considerar la primera. La anterior fue una excursión con el colegio, hace tantos años que el recuerdo es muy borroso y, con el paso del tiempo, la imagen que se había ido asentando en mi mente de este lugar era la que veía desde la autopista "Y" cada vez que pasaba junto al embalse. Pero con una visita a pie de campo, los lugares siempre se ven de otra manera.
Acudí con la idea de conocer el sitio, explorar los caminos para recorrerlo y, claro, echar un ojo de las aves que había por allí. En un primer vistazo descubrí un grupo de cormoranes grandes y buenos números de zampullín común y somormujo lavanco. De éstos últimos, un bando de 19 individuos, el más grande que había visto de esta especie en mi corta carrera de ornitólogo aficionado.
Sin saber muy bien por donde ir, mis expectativas no eran muy altas... pero la sorpresa llegó al asomarme a un estrecho camino de tierra, desde el que pude identificar en la lejanía a tres ejemplares inmaduros de cigüeña negra (Ciconia nigra) que descansaban tranquilamente de su largo viaje migratorio.
Al contrario que sus parientes de color blanco, los ejemplares de esta especie son muy tímidos y tienden a mantenerse alejados del ser humano refugiándose en los bosques, lo que hace complicada su observación. Además, sólo se dejan ver por el norte de España en determinadas fechas, cuando cruzan los Pirineos en su trayecto hacia el sur, que se ve interrumpido de vez en cuando para descansar en lugares húmedos, como en esta ocasión.
Su descanso, al igual que mi intento de acercamiento entre la vegetación, fue interrumpido por un helicóptero de la DGT que las asustó. Al menos llegué a tiempo de poder verlas durante un par de minutos.
Permanecieron en el aire el resto del tiempo que estuve allí. Por momentos se alejaban tanto que las perdía de vista, pero se quedaron cicleando en torno al embalse, sin intención aparente de querer alejarse.