miércoles, 30 de enero de 2013

Martín pescador: la infalible flecha azul

Típica tarde de invierno en Cecebre. El sol amenaza con despedirse hasta el día siguiente, pero en el pantano aún hay actividad. Desde el puesto de observación detecto en la lejanía una silueta algo diferente a lo que estoy acostumbrado: es una avefría europea (Vanellus vanellus). Se trata de la primera y única que he podido observar. Visto y no visto, pues cuando vuelvo a mirar, con la esperanza de que se haya acercado un poco a mi posición, ya se ha esfumado.



Más cerca, los habituales que acostumbrar a acompañarme en este lugar del humedal: un par de andarríos chicos (Actitis hypoleucos, uno de ellos visiblemente cojo), lo que creo que es un andarríos grande (Tringa ochropus, en la siguiente foto), y un archibebe claro (Tringa nebularia) que está muy activo.




A un lado, un diminuto arroyo realiza su humilde aportación de agua al embalse. Las lluvias recientes hacen que el caudal sea mayor de lo normal. Por allí se muestra durante unos segundos una garza real (Ardea cinerea). Sale de entre la maraña de ramas, da media vuelta y se vuelve a ocultar.


A lo lejos, el telescopio revela la presencia de 6 espátulas, algunos porrones, cucharas, cormoranes, zampullines y numerosas cercetas y gaviotas. Parece que eso es todo lo que me toca ver hoy, que no está nada mal. Pero como la naturaleza siempre se guarda algo, sin previo aviso se presenta el que va a ser el protagonista de la jornada: el martín pescador (Alcedo atthis).

Como suele hacer, entra en escena a una velocidad de vértigo, pero esta vez ha venido para quedarse. Se trata de una hembra y sabe muy bien a lo que viene. Las orillas del pantano están repletas de viejos troncos y ramas, probablemente una mezcla de lo que arrastran las riadas y de los árboles que poblaban el antiguo bosque, hoy sumergido. Y en el riachuelo por el que asomaba la garza parece que abundan los pececillos. Es la combinación perfecta.


Durante un buen rato, el pequeño y colorido pajarín me ofrece una auténtica exhibición de lo que es la eficacia de un experto pescador. Una y otra vez se lanza sobre el agua en ataques fugaces que terminan con un indefenso alevín en el arma letal que es su pico. Luego vuelve a su posadero, engulle a su presa y espera pacientemente la siguiente oportunidad para alimentarse. Durante el tiempo que estuve observándolo, debio lanzarse al agua entre 15 y 20 veces, y creo que no falló en ninguna de sus zambullidas. Desde luego que ese día no se fue a dormir con hambre. Por mi parte, yo disfruté del espectáculo y, a pesar de la escasa luz, pude obtener varias fotografías e incluso algún video.




Poco a poco, los rayos del sol fueron perdiendo intensidad y a mí me llamaban otras obligaciones, por lo que abandoné el lugar. Allí dejé a la martina pescadora, que seguía a lo suyo. Seguramente su vida solitaria termine en pocos días, durante el mes de febrero. Entonces coqueteará con un macho que, tras persecuciones y danzas, terminará por ofrecerle un pequeño pez para que lo acepte definitivamente como pareja y dar así lugar a una nueva generación de estas fantásticas aves.

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