viernes, 13 de julio de 2012

Ascensión al monte Pindo

El monte Pindo es un lugar mágico en el que el mar y la montaña se dan la mano, pues apenas unos cientos de metros separan el Océano Atlántico del punto más alto del macizo, a 627 metros de altitud. La ruta más habitual parte del pueblo de O Pindo (Carnota), justo por detrás de la parroquia de San Clemente, situada frente a la playa.



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Al inicio, un estrecho camino, flanqueado por un pequeño muro de piedra, se adentra en una zona arbolada y va ganando altura poco a poco. Los pinos son la especie predominante, aunque también hay bastantes robles. Me llamó especialmente la atención la cantidad de pinos muertos a lo largo de toda la subida, seguramente víctimas de antiguos incendios.


Poco a poco, el número de árboles disminuye y empiezan a aparecer las primeras formaciones rocosas con formas peculiares. Si ya las primeras llaman la atención, a medida que se asciende el paisaje se vuelve cada vez más espectacular.


El sendero está bien señalizado y bastante marcado por el paso de la gente y del agua, pues en este monte, a poco que llueva el agua arrolla por todas partes. Será bastante habitual que encontremos charcos pequeños arroyos que cruzan el camino o que incluso son el camino. No obstante, no son impedimento para seguir subiendo.


Las vistas sobre el mar son cada vez más espectaculares, gozando de una perspectiva privilegiada del cabo Fisterra y de poblaciones como Corcubión y Cee.




Pasado el Ecuador de la subida, se llega a una zona más abierta en la que la pendiente desaparece y podemos darle un respiro a nuestras piernas. Desde este punto se puede ver la villa de Carnota con sus 7 kilómetros de playa. En esta zona también encontramos la famosa piedra del guerrero y, poco más adelante, un área de descanso puede pasar desapercibida si no vamos atentos, pues está un poco separada del camino, a mano derecha según se asciende.




No tardaremos en divisar la cumbre del monte, con una peculiar forma que le da su nombre alternativo: A Moa (La Muela).


La pendiente vuelve a ser importante y, tras pasar por un pequeño robledal, bordeamos hasta llegar a la cima. Lo peor, sin duda, la gente que se empeña en subir con un bote de pintura (ya hay que tener ganas) para estropear un lugar tan bonito.


La subida me llevó un tiempo de una hora y tres cuartos, con calma para tomar numerosas fotos y contemplar el paisaje. En esta ocasión, fue llegar arriba y empezar a pasar nubes sin parar, lo que me estropeó un poco las vistas. Aproveché el mejor momento que hubo para grabar una panorámica de 360 grados, antes de emprender el camino de vuelta.

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