Pocas personas habría visto esta ave en su vida para permitir que nos acercáramos tanto sin la más mínima muestra de nerviosismo. Y pocos págalos habíamos visto Rafa y yo, que mirábamos a aquel ejemplar que se había presentado una mañana de otoño en la desembocadura del río Bolaños, ya en la playa de Rañal, y cuya especie no nos resultaba nada familiar.
Tan sorprendidos por el propio avistamiento como por la tranquilidad y permisividad con nuestra presencia que mostraba aquella ave, pronto nos empezamos a preguntar si tendría algún problema físico, ya que apenas se movía de su posición en mitad del riachuelo. Más aún cuando llegó Xabi y nos confirmó que se trataba de un juvenil de págalo rabero (Stercorarius longicaudus), especie eminentemente pelágica que sólo acostumbra a pisar tierra firme en sus lugares de cría, a miles de kilómetros de nuestra región.
Para nuestra alegría, pronto nos demostró que podía volar sin problemas sobre nuestras cabezas, para inmediatamente después volver a acomodarse en la orilla del río. Lo cierto es que por momentos no parecía que le sobrasen las fuerzas, ni mucho menos.
Probablemente su problema no fuese otro que el cansancio acumulado en el primer gran viaje de su vida, y no es para menos. Nuestro protagonista habría salido del huevo apenas un par de meses y medio atrás. Entre musgo, líquenes y piedras, pasó los primeros días de su vida en plena tundra ártica, donde sus padres lo defendieron de todo peligro y lo alimentaron durante su primer mes a base de lemmings, huevos, peces, insectos... Ese breve periodo de tiempo le bastó para crecer, completar su plumaje y comenzar una vida independiente en alta mar.
Con destino al Atlántico Sur, su largo viaje sobre interminables extensiones de agua marina se vio dificultado por la borrasca de principios de octubre, cuyos fuertes vientos del sur lo dejaron exhausto. Hasta que una tranquila playa de Arteixo llamó su atención para tomarse un descanso. Aquí, agotado y acostumbrado a formar parte de escenas de la tundra y el mar, no veía motivos para tener miedo a unos humanos que se acercaban con cautela.
Permaneció dos días en la playa hasta que no se le vio más por allí. Quiero pensar que decidió proseguir con su viaje hacia alta mar. Decidió volver a ser págalo, volver a adentrarse en el mar para reunirse con sus congéneres y completar su largo periplo, que repetirá muchas veces a lo largo de su vida, dando a su vez lugar a sucesivas nuevas generaciones de polluelos que también tendrán que armarse de valor y fuerza para iniciar su camino. Quién sabe si en su recuerdo quedará este recodo de costa gallega, con aquellas personas que lo observaban con cara de sorpresa. ¡Buena suerte!