miércoles, 16 de octubre de 2013

El págalo rabero: de la tundra ártica al Atlántico Sur ...con escala en Arteixo

Pocas personas habría visto esta ave en su vida para permitir que nos acercáramos tanto sin la más mínima muestra de nerviosismo. Y pocos págalos habíamos visto Rafa y yo, que mirábamos a aquel ejemplar que se había presentado una mañana de otoño en la desembocadura del río Bolaños, ya en la playa de Rañal, y cuya especie no nos resultaba nada familiar.



Tan sorprendidos por el propio avistamiento como por la tranquilidad y permisividad con nuestra presencia que mostraba aquella ave, pronto nos empezamos a preguntar si tendría algún problema físico, ya que apenas se movía de su posición en mitad del riachuelo. Más aún cuando llegó Xabi y nos confirmó que se trataba de un juvenil de págalo rabero (Stercorarius longicaudus), especie eminentemente pelágica que sólo acostumbra a pisar tierra firme en sus lugares de cría, a miles de kilómetros de nuestra región.


Para nuestra alegría, pronto nos demostró que podía volar sin problemas sobre nuestras cabezas, para inmediatamente después volver a acomodarse en la orilla del río. Lo cierto es que por momentos no parecía que le sobrasen las fuerzas, ni mucho menos.


Probablemente su problema no fuese otro que el cansancio acumulado en el primer gran viaje de su vida, y no es para menos. Nuestro protagonista habría salido del huevo apenas un par de meses y medio atrás. Entre musgo, líquenes y piedras, pasó los primeros días de su vida en plena tundra ártica, donde sus padres lo defendieron de todo peligro y lo alimentaron durante su primer mes a base de lemmings, huevos, peces, insectos... Ese breve periodo de tiempo le bastó para crecer, completar su plumaje y comenzar una vida independiente en alta mar.


Con destino al Atlántico Sur, su largo viaje sobre interminables extensiones de agua marina se vio dificultado por la borrasca de principios de octubre, cuyos fuertes vientos del sur lo dejaron exhausto. Hasta que una tranquila playa de Arteixo llamó su atención para tomarse un descanso. Aquí, agotado y acostumbrado a formar parte de escenas de la tundra y el mar, no veía motivos para tener miedo a unos humanos que se acercaban con cautela.



Permaneció dos días en la playa hasta que no se le vio más por allí. Quiero pensar que decidió proseguir con su viaje hacia alta mar. Decidió volver a ser págalo, volver a adentrarse en el mar para reunirse con sus congéneres y completar su largo periplo, que repetirá muchas veces a lo largo de su vida, dando a su vez lugar a sucesivas nuevas generaciones de polluelos que también tendrán que armarse de valor y fuerza para iniciar su camino. Quién sabe si en su recuerdo quedará este recodo de costa gallega, con aquellas personas que lo observaban con cara de sorpresa. ¡Buena suerte!

jueves, 10 de octubre de 2013

Alcatraces frente a Baldaio

El otoño se estrenó con un caluroso y muy agradable día para recorrer Baldaio a primera hora de la mañana, antes de la llegada masiva de gente. El conjunto de playa y marismas forman un buen lugar para dar acogida a muchas especies migratorias. Los primeros en llamar mi atención fueron unos pocos ejemplares de zarapito real (Numenius arquata) que se refugiaban en la vegetación. Estaban a bastante distancia y se camuflan muy bien, pero su considerable tamaño y larguísimo pico no pasaron desapercibidos en esta ocasión.


Las agujas colipintas (Limosa lapponica) son visitantes habituales del lugar, y de las que se dejan observar a menor distancia.


Una vez concluido el verano y el periodo de cría, vuelan al sur en busca de lugares menos hostiles donde pasar el invierno. A estas alturas, la muda del plumaje está muy avanzada y ya no queda ni rastro de los vivos colores anaranjados que lucían en el viaje de ida.


Examinan minuciosamente cada palmo de arena, hundiendo sus largos picos para alcanzar el alimento. Por desgracia, muchas playas están llenas de desperdicios humanos (como el trozo de red que se ve en la foto) que suponen un riesgo añadido para toda la fauna.


La guinda de la jornada la pusieron un grupo de alcatraces atlánticos (Morus bassanus) que se dejaron ver a unas decenas de metros de la orilla. No es que sea poco habitual el paso de alcatraces frente a esta costa, y mucho menos en estas fechas, pero que se pongan a pescar realizando picados (que este fotógrafo no fue capaz de retratar) a tan poca distancia de tierra es un espectáculo impagable.




Los ejemplares jóvenes también demostraban gran destreza en el arte de la pesca.



Unos instantes inolvidables y una muestra más de que no hace falta ir muy lejos para disfrutar de espectáculos naturales tan impresionantes como éste.

jueves, 3 de octubre de 2013

Chotacabras en la noche asturiana

Cae la tarde y la afluencia de turistas de este concurrido lugar va disminuyendo. A escasos metros, en una zona de helechos y matorral prácticamente impenetrable para cualquiera que no disponga de alas, se van desperezando otros visitantes estivales de la región: los chotacabras europeos (Caprimulgus europaeus). Y son bastante numerosos aquí.

Con los últimos rayos de luz comienzan a oirse sus característicos reclamos, pero no es hasta que la oscuridad se apodera de toda la zona cuando se desata la actividad desenfrenada de estas curiosas aves. Con agilidad envidiable y desafiando las fuertes rachas de viento, surgen como fantasmas de entre la tenebrosa vegetación para apresar al vuelo insectos de considerable tamaño.

Captar la escena puede suponer un buen desafío para un fotógrafo con experiencia. Pero para un simple aficionado que se suele limitar al modo automático de una cámara compacta, la tarea es casi imposible. Para muestra, un botón:


A pesar de que a veces se posan a descansar, lo normal es obtener la imagen de un borrón con forma de ave en mitad de la oscuridad. No obstante, esto es un reflejo bastante fiel a lo que se vive en directo.



Con un poco de perseverancia y la ayuda de las luces del coche, éste fue el mejor resultado:


Y aunque las fotos no estén a la altura, lo que es imposible de desbaratar son las imágenes que quedan en la memoria, unidas a los sonidos y resto de sensaciones vividas en plena noche de verano. Todas ellas componen una experiencia diferente y difícil de olvidar mientras, a nuestros pies, la ciudad es testigo de otra multitud de historias bien diferentes.